Razón número 26: La crisis del cuarto de vida
Tuve que intentar aprender a quererme y a aceptarme para poder avanzar. El odio ferviente solamente me estancaba y la frustración por mi desempeño académico no ayudaba en absoluto.
Ese lugar al que hacía ya unos años había entrado tan lleno de esperanza, tan seguro de que mi futuro empezaba ahí, se había convertido en un purgatorio prácticamente insoportable. Parecía que no importaba qué tanto me esforzara, siempre había algún mal docente que dictaminaba que me faltaba “un poco más” o que “podía hacerlo mejor” y me reprobaba fecha tras fecha de examen. Era consciente de que el promedio entre los graduados iba desde los diez a los quince años de cursado, pero nunca pensé que terminaría entre ellos.
La universidad había comenzado a desilusionarme y a hacerme dudar de si realmente el título de ingeniero electrónico valía la pena. Tantas noches de desvelo estudiando ¿para qué? ¿Un reprobado? Volteaba hoja tras hoja de mis apuntes. ¿En serio pensaba dedicarme a esto? Además, mis quejas hacia los docentes sobre la obsolescencia del contenido no llegaron a buen puerto y jamás fueron escuchadas. De pronto mi futuro lucía incierto, por primera vez, no estaba convencido, yo, que siempre había sabido con exactitud lo que deseaba. Aquel niño que respondía que de grande sería ingeniero y trabajaría en la robótica era muy lejano. Apenas iba por el cuarto de mi vida cuando me propuse a encontrar algo de valor para hacer… En caso de que la universidad terminara conmigo.
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