Mi refugio
Tú, tú eras manso, sereno, seguro, como un refugio en la tormenta más hostil.
Y yo, yo era un ser frágil disfrazado con una fortaleza casi obscena, excesiva. Atemorizada por el constante susurro de la muerte que amenazaba con arrebatarte de mi lado.
Yo vivía angustiada pensando en todo lo que no podríamos hacer mientras tú volabas cobijado por la rutina que se escurría entre las paredes de nuestro hogar, irrumpiendo en nuestra mesa a la hora de desayunar y en nuestra cama al momento de la intimidad.
Tú eras la respuesta al dolor, la calma para mi escozor, la necesidad imperiosa de sentir tu calor, tu pecho fornido de hombre fuerte, casi indestructible, y tu respiración soplando en mi cabello, meciendo los suaves mechones castaños en la penumbra de nuestro cuarto durante la noche.
Me gustaba observarte dormido con tu tranquilidad de niño, contemplar tu vientre subiendo y bajando con la calma de las aguas más mansas. Tomar una de tus manos para enamorarme una vez más de su tamaño y su firmeza, de esa aspereza que solo el trabajo sabe dar, esa aspereza que solo se le otorga a los hombres valientes, a los hombres inquebrantables.
Tú eras el remedio que sosegaba mis arrebatos de furia, tú eras la calma y yo era la tempestad. Tú eras como esas cabañas que no temen hacer frente a los huracanes más terribles… Aquellas cabañas que, aún tambaleantes y casi totalmente destruidas, permanecen de pie después de la tormenta.
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Lore
🥺🥺🥺