Razón número 5: La academia, un sufrimiento diferente
Se las hago corta, odiaba las danzas. Yo quería tocar la guitarra y ser cantautor (dotes que a futuro podrían haberme sido de mucha utilidad), pero mi papá dijo que no y me inscribió en una academia para aprender folklore. Había un mundo entero de cosas por descubrir y yo encerrado practicando el malambo. ¿Cuánto tiempo estuve ahí? No lo sé con certeza, pero sí sé que demasiado. Tanto que teóricamente yo podía ser profesor de folklore pese a que no me lo permitían por mi corta edad. No tienen idea del enorme favor que me hicieron, aunque el mal llegaría de todas formas. En mi escuela se habían enterado que hacía danza y empezaron a hacerme bailar en cada uno de los actos y festivales patrios. No voy a negar que no la pasaba un poco bien poniéndome en papel cuando mamá me vestía con mi trajecito para las fotos, pero a mí me interesaban otras cosas.
El destino me dejó claro que lo que yo quería, no importaba. Tenía dos hipótesis, la primera era que la maestra de la academia veía en mí un gran potencial para la danza que deseaba explotar y la segunda era que necesitaba varones y yo era el único. Honestamente la segunda casi se probó como teoría y para coronar, papá estuvo de acuerdo, así que me inscribieron a ballet. La maestra, que era la misma, fascinada porque por fin tenía al chico de altura y habilidad perfectas, según ella. Todas las niñas se lanzaban sobre mí porque era el único hombre del lugar… Y probablemente también el último, ya que solo fui una vez porque me negué a ser un simple sostén de mini bailarinas con tutú. Si la mujer sufrió por mi retiro, desconozco y tampoco intenté averiguarlo. Sin embargo, algo era seguro, esa maestra insistente no volvería a tenerme probando cosas raras.
Ojalá no hubiera vivido tan cerca de casa, merodeando y mirándome casi con lástima, una súplica silenciosa para que volviera. Eso no pasaría. Lo peor de todo fue que mis padres no quisieron que nos mudáramos, no le encontraban fundamento a mi argumento: la melancólica docente acosadora. Mal por ellos.
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