Razón número 47: Ella

Me acostumbré a estar bien solo. Era una parte del camino que había elegido, no hubiera sido justo armar una familia que se viera constantemente dejada a un lado por el trabajo. No busqué más compañeras, quien yo más había amado se reflejaba en cada atardecer que se colaba por la ventana del estudio, estaba en cada brisa que me despeinaba al caminar en la calle, en los rayos de sol que acariciaban mi piel. Con ella se había ido ese sueño de tener hijos, se lo llevó consigo cuando se fue. Por eso estaba solo. Mi hermana bromeaba de tanto en tanto preguntando por sobrinos, yo me reía y le respondía que no. Tenía 47 años, mi momento se había pasado. No sería padre, ya no. Sin embargo, jamás pensé que mi hermana me cumpliría ese sueño dormido sin querer. 

La trajo una noche para un proyecto que luego no prosperó. A los meses no habían quedado rastros de ese emprendimiento, excepto uno. Tardó un tiempo para abrirse conmigo y contarme lo rota que se sentía, tenía los ojos empañados y parecía tan frágil… Una niña herida y asustada en el cuerpo de una joven en sus veinte. Una pequeña incomprendida y juzgada por el primer hombre de su vida. A veces lloraba y yo deseaba protegerla del mundo, aunque jamás me hubiera atrevido a presionarla. Al final fue ella la que se fue acercando, yo solo le liberé el camino. Le liberé el camino para esconderse del dolor por un rato en mi cama mientras yo acercaba una silla y le contaba historias de mi juventud, de mi vida, para distraerla y hacerla sonreír. Fue ella la que me bautizó como su segundo padre y yo le confesé sentirla un poco mía, “Mi pequeña”. 

Me cambió la vida, guiándola cuando me lo pedía y emocionándome con cada uno de sus progresos. Y fue ella la que me lo pidió esa tarde, “Dime 47 hechos de tu vida, lo que más te guste, lo más significativo… Tu historia merece ser contada”.