Razón número 4: La escuela primaria, los peores años de mi vida
No me gustaba ir a la escuela, de hecho, la odiaba. Amaba aprender, todavía lo amo, pero detestaba tener que estudiar. Además, no me agradaban mucho mis maestras (¿ya lo había mencionado?), no me comprendían y sentía que por eso tampoco les caía muy bien (pruebas de que la antipatía era mutua). Mi madre había mentido cuando dijo que ellas eran como una segunda madre, si eso eran, ¿para qué quería enemigos?. Yo sabía que no era un niño convencional y no solo por mis cuestiones de salud, sino porque siempre estaba un paso adelante de mis compañeros… Y, en ocasiones, de los adultos también. A ver, no es mi culpa que hayan sido (o aún sean) insulsos, bobos e inmaduros, no todos cuentan con una mente tan brillante como la mía.
Lo demás lo he borrado, o bloqueado, de mi memoria. No me apetece recordar más, sobre todo las veces en que no podía asistir a educación física y me quedaba con la maestra en la sala de profesores babeándome frente a la bandeja de masas finas que tenían y de la que nunca me compartían. Me ponían a hacer tareas y ejercicios eternos en completo silencio mientras se la pasaban chismoseando entre ellas sobre alumnos y maestros no presentes. Secretamente creo que mi presencia les incomodaba porque no les permitía chismear a gusto.
Todavía hoy, más de cuatro décadas después, conservo cierto escollo con las docentes. Mi hermana, docente de profesión, asegura que no, pero yo creo que sí existe la alergia a los maestros, siento que estar cerca de ellos me genera urticaria.
One Comment
Pingback: