Razón número 28: Mis caminatas existenciales
Mis caminatas de largas distancias (inhumanas para algunos) eran una manifestación de una necesidad de un viaje de autodescubrimiento. Qué puedo decir, no tenía suficiente dinero para ir a la India o hacer un peregrinaje. Tenía que aprender a quererme y aceptarme. El rechazo por el sujeto del espejo había llegado tan lejos que ahora usaba lentes. “¿Qué es lo que no quieres ver?”, leí alguna vez en uno de mis tantos libros. “A ti”, le había respondido a mi reflejo, “A ti”, durante años.
No obstante, no fue la única causa. La facultad también tenía mucho arte y parte en el asunto con sus libros de ingeniería impresos en papel blanco reflectivo. Las ocho horas diarias seguidas de estudio por tanto tiempo también habían aportado lo suyo para deteriorar mi vista al punto de no distinguir rostros a cinco metros de distancia.
En aquel entonces, era como si el universo me empujara y yo le devolviera el golpe, aunque no hubiera nada que golpear. A la larga o a la corta la vida me pegó tan fuerte que terminé aprendiendo. Comencé a cambiar, dejé de pelear tanto por todo, dejé de amargarme… Finalmente dejé de odiar al sujeto que me devolvía la mirada en el espejo. Deseaba hacer algo por él, sopesar esa idea incisiva de abandonar la facultad porque quería ser feliz a ser ingeniero, pero no era lo que se suponía que debía hacer… La culpa no me permitiría estar en paz con aquella decisión todavía.
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