Razón número 18: La universidad
Había entrado a la universidad con la ilusión de que sería el lugar en el que podría convertirme en aquello que anhelaba desde niño: un ingeniero. Me maravillaba la robótica, así que me inscribí en la parte electrónica. Ansiaba recibirme para poder irme a Australia y enfocarme también en la domótica, el diseño de hogares inteligentes.
Comencé a aprender sobre las inteligencias artificiales y sus distintas aplicaciones, tanto que acabé obsesionándome y presentando como proyecto la posibilidad de que las IAs del futuro serían capaces de mentir, (si el sistema de procesamiento neuronal artificial usa el modelo humano ¿qué prohíbe que mientan?) Con apenas dieciocho años ya tenía mi futuro totalmente planificado, ahora solo quedaba construirlo.
Después del fiasco de mi primer trabajo, mis padres y yo llegamos a un acuerdo, ellos me acompañarían y me apoyarían en mi formación y yo pondría los estudios ante todo lo demás. La facultad siempre estaría primero. Incluso hice la promesa de que no tendría ninguna relación amorosa para evitar desviarme de mi objetivo: conseguir ese título.
No obstante, sentía como si acabara de salir al mundo real y no podía no darme el lujo de inmiscuirme en el del género femenino. Aquellas criaturas tan ajenas durante la secundaria en un colegio técnico de repente no parecían tan lejanas en la universidad y el libre albedrío hizo de las suyas.
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