Razón número 30: La enfermedad de papá
Era una noche cualquiera, papá se veía y sentía bien, cenó gustoso y se fue a acostar como siempre para ver algo de televisión antes de dormir. Sucedió en el momento en que se quiso levantar para ir al baño y el lado izquierdo del cuerpo no le respondió, mamá me llamó a los gritos. Entre los dos lo ayudamos a levantarse y llamamos una ambulancia. Estuvo varios días en el hospital hasta que lo aprobaron para que empezara con la rehabilitación y finalmente le dieron el alta. Volvió a casa con medio cuerpo paralizado, migraña permanente y náuseas.
Mamá y yo nos hicimos cargo de él porque no había manera de pagar la asistencia médica a domicilio que costaba cinco veces más que en el consultorio. Fueron tiempos muy duros, el dinero no alcanzaba para todos los gastos, así que nos limitamos a vivir a base de papas y el resto del presupuesto era para los medicamentos y la dieta de papá.
Mientras mamá lo cuidaba día y noche, yo salía a lidiar con la obra social, los enguantados y las clínicas, la empresa metalúrgica donde trabajaba papá y las clases en la facultad… Me la pasaba caminando de un lugar a otro haciendo trámites porque el transporte público me salía tan caro que reservaba el poco dinero que me quedaba para lo que fuera. Y fue en una de esas tantas caminatas en que me decidí a abandonar la universidad. No podía soportarlo más. En casa, mis padres suspiraron aliviados, creo que mi década de infelicidad académica era más que evidente.
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